SILENCIO DE ARAÑA

ME ACARICIA LA PIERNA

Hay este silencio de gato que me resulta familiar, que me arropa. Yo intento que se mueva. Es un silencio denso como una niebla. Como una ciudad que flotase en una burbuja gris, enorme y pesada como una cárcel. Ya no me aparto de él. No intento salir del silencio. Lo empujo hacia mi suerte, para que -si algún día el sueño se cumple- esté cerca o forme parte de este silencio que lo abarca todo y que tanto he aborrecido cuando era más joven. Puede que esté haciendo el tonto, pero puede que no.

Este silencio de los comercios que cierran sus persianas cuando acaba el día. El silencio de las cosas extrañamente predispuestas, de los ratos muertos que todavía no se han compartido con los amigos, de la familia afectada por el tiempo. Un silencio de suelo embaldosado y limpio. El run-run de un motor al ralentí. Es la nostalgia de un presente que se pierde a la sombra del ciprés. Es un rumor constante, como el ahogo lento del tic-tac de un reloj en una habitación a solas. El silencio es la gente trabajando, o parada en un semáforo, o de pie conversando en plena calle, esperando la muerte. Los niños jugando a la pelota en la plaza. Una bandada de estrellas fugaces en un universo interior. Se mueven de acá para allá sin poder salir. Ese silencio que atrapa. El silencio denso es la tela de araña de los pueblos pequeños.

Hace mucho tiempo que me hago el remolón. Acercándome despacito. Por caminos serpenteantes. Puede que parezca deserción, tomando todos los desvíos. Pero sigo el mismo rumbo por caminos secundarios que no se alejen demasiado de esta ciudad burbuja cárcel, de este mar. Mar de silencio. Un mar de amigos y conocidos, de familias y vecinos, de calles, tiendas, olores. Un mar endulzado por este silencio de algodón que es como el ronroneo de un gato cariñoso.
Que te acaricia la pierna.
Que se te queda pegado.

Si te asomas a una ventana puedes oir este rumor callado, ese silencio denso.
Mi vocación no es sorda.


 

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